
El Mundo de los Adultos y sus Reglas Ocultas
Entre las competencias y las buenas convivencias siempre debe haber reglas claras Traigo a colación un evento ocurrido en la ciudad de Rosario ( cuna de la bandera argentina) dónde un grupo de jugadores de divisiones inferiores del club Atlético Newell's se sacó una selfie con un jugador profesional perteneciente al club Rosario Central su clásico rival territorial.
En la compleja trama de la adolescencia, donde la búsqueda de identidad y la necesidad de pertenencia se entrelazan, emerge un dilema recurrente: la aparente contradicción entre la competencia y la buena convivencia, especialmente a la luz de las reglas impuestas por el mundo adulto. Para muchos jóvenes, estas normativas, que buscan regular la interacción y fomentar un ambiente armónico, a menudo son percibidas como limitaciones arbitrarias o, peor aún, como obstáculos para su propio desarrollo y expresión individual.
La Lógica Adulta vs. la Percepción Adolescente
Desde la perspectiva adulta, las reglas de convivencia son herramientas fundamentales para la organización social. Se fundamentan en principios como el respeto mutuo, la empatía, la cooperación y la resolución pacífica de conflictos. Se espera que estas normas preparen a los jóvenes para su futura inserción en la sociedad, donde el éxito no solo depende de las habilidades individuales, sino también de la capacidad de interactuar constructivamente con otros. La competencia, en este contexto, es vista como una fuerza positiva que impulsa el crecimiento personal y la innovación, siempre y cuando se desarrolle dentro de un marco ético y respetuoso.
Sin embargo, la mente adolescente opera bajo premisas diferentes. La adolescencia es una etapa de intensa autoafirmación y de construcción de la identidad. Los jóvenes están explorando sus límites, desafiando autoridades y buscando su lugar en el mundo. En este proceso, la competencia puede ser vivida como una necesidad imperiosa de destacar, de ser reconocido y de validar su propia valía. En este afán, las reglas de convivencia pueden ser interpretadas como restricciones a su libertad o como una barrera para alcanzar sus metas. La búsqueda de la excelencia individual, la necesidad de ganar o de ser el mejor, puede eclipsar la importancia de la colaboración o del bienestar colectivo.
El Desafío de la Empatía y la Perspectiva
Uno de los principales nudos de esta incomprensión reside en el desarrollo de la empatía y la capacidad de adoptar diferentes perspectivas. Mientras que los adultos, con su mayor experiencia y madurez cognitiva, son capaces de comprender las implicaciones a largo plazo de sus acciones y de ponderar el impacto en los demás, los adolescentes, aún en pleno proceso de desarrollo de estas habilidades, pueden tener una visión más egocéntrica. Esto no significa que sean inherentemente egoístas, sino que su desarrollo cerebral aún no les permite integrar completamente las complejidades de las relaciones interpersonales y las consecuencias de sus actos en el colectivo.
La Competencia Mal Entendida
El sistema educativo y la sociedad en general a menudo refuerzan una visión de la competencia que puede ser contraproducente. Desde temprana edad, los jóvenes son incentivados a competir por calificaciones, premios o reconocimiento, lo que puede generar una mentalidad de "suma cero" donde el éxito de uno implica el fracaso del otro. En este escenario, las reglas de convivencia, que promueven la ayuda mutua y la cooperación, pueden parecer contradictorias con la necesidad de sobresalir.
Además, la cultura de la inmediatez y la gratificación instantánea, exacerbada por las redes sociales, alimenta una necesidad constante de validación externa. La competencia, en este contexto, se convierte en un medio para obtener likes, seguidores o comentarios positivos, lo que puede llevar a comportamientos arriesgados o a la devaluación de la convivencia en aras de la visibilidad individual.
Hacia un Puente de Comprensión
Para cerrar esta brecha generacional, es fundamental que los adultos adopten un enfoque más comprensivo y pedagógico. En lugar de simplemente imponer reglas, es crucial explicar el porqué detrás de ellas, conectándolas con situaciones reales y consecuencias tangibles. Fomentar el diálogo abierto, escuchar las inquietudes de los jóvenes y permitirles participar en la construcción de algunas normas puede aumentar su sentido de propiedad y compromiso.
Asimismo, es necesario redefinir el concepto de competencia. Enseñar que la verdadera competencia no radica solo en superar a los demás, sino en superarse a uno mismo, en aprender de los errores y en contribuir al éxito colectivo. Promover la cooperación competitiva, donde los individuos se esfuerzan por mejorar en un contexto de colaboración, puede ser un camino enriquecedor. Esto implica crear espacios donde los jóvenes puedan desarrollar sus habilidades individuales mientras aprenden a trabajar en equipo, a negociar y a resolver conflictos de manera constructiva.
Finalmente, el rol de los adultos como modelos a seguir es insustituible. Si los jóvenes observan que los adultos valoran la competencia desmedida por encima de la ética y la convivencia, será difícil que internalicen el verdadero valor de las reglas. Es a través de la coherencia entre el discurso y la acción que se puede construir un puente de comprensión entre la necesidad adolescente de afirmación individual y la sabiduría adulta de la convivencia armónica.